-¡Es cierto! Que
día, mamma mía.
- Espero secarme
pronto, sino mañana no voy a estar listo
- A mí me duele
todo, encima, mira… me falta un cacho
-¡Uh! ¡Es cierto!
¿Qué pasó?
- ¡Setenta veces me
tiró al piso, setenta!
- ¿A sí? ¿Y por
qué?
- Y… miraba al
abuelo, él le decía ¡NO! entonces me tiraba, él me levantaba y de nuevo a
empezar, yo soy de plástico, ¿te das cuenta?, ellos se reían, pero yo…
-Claro, sí, a mi me
lo hizo un par de veces pero lo dejó enseguida, será porque soy de peluche y no
hago ruido al caer.
- Puede ser, no sé.
- De cualquier
manera, a mí, me estuvo chupando todo un montón de tiempo, espero que le
crezcan pronto los dientes así deja de morder.
- Yo en realidad
prefiero que me muerda, sin dientes me hace cosquillas, pero, con esto que
aprendió ahora…
- ¡Cuidado!
Silencio, ahí vienen del baño, ahora le dan de comer y a dormir.
Este diálogo escuché anoche en la habitación
de mi hija entre un oso de peluche y un sonajero cuando fui a buscar algo que
ella me había pedido para mi nieta y al oír las voces me quedé detrás de la
puerta.
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