Todos los días pasaba y los
miraba. Parecía que la llamaban, eran unos
aros largos, importantes, de gancho, con un atrapasueños como cuerpo principal
del tamaño de una moneda de las grandes, varias filigranas haciendo juego de
colores y remataba una hermosa pluma en un color violeta suave.
Entró al negocio, los compró
y se acercó a uno de los espejos del lugar para colocárselos inmediatamente. Lanzó
un quejido cuando sin querer erró el lugar por donde debía pasar el gancho. Al terminar
con el segundo y levantar la vista se encontró en medio de una selva, con
árboles de todo tipo, hiedras, enredaderas y un sonido, un silbido que crecía y
se multiplicaba. En una de las ramas del árbol más cercano se posó un pájaro. Desconocido
para ella, más grande que un Tucán y muy colorido. Rojo el pecho, verdes las
alas, amarillo el lomo, azul la cola y, en el centro de la misma, relucía una
pluma, sólo una… violeta. Instintivamente tocó su oreja, allí estaban los aros.
Se dio vuelta, esperando
encontrar la salida del local sin entender demasiado lo que sucedía, lejos de
eso, cada vez se iban acercando y se juntaban más de esos pájaros. Uno de ellos
se lanzó sobre ella y fue como una orden, todos y cada uno hicieron lo mismo. Nunca
supo por qué, nunca volvió.
Los aros, por ahora, siguen
en la vidriera.
Todos
los días pasaba y los miraba.
Qué interesante esta versión que hacés de tu cuento, Omar. Me llevó a releer el cuento original para comparar y, si bien me gusta porque es circular (ahora es otra la persona que pasa todos los días a mirar los aros) me gusta mucho más el original, pero eso no le quita mérito alguno a este micro.
ResponderBorrarCariños,
Mariángeles
Gracias por tu comentario Mariángeles. Siempre oportunos, me gusta que lo hagas.
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