miércoles, 23 de abril de 2014

Tincho, el pececito

Este cuento, uno de los pocos infantiles que he escrito, fue elegido aproximadamente en el año 2007/8 por el Municipio Bonaerense de Pilar para ser leído en los jardines de infantes del Partido. Luego, en el año 2013 me otorgaron una Distinción Especial en el 1º Certamen Internacional de Literatura Infantil de Editorial Mis Escritos. Fue publicado junto a los cuentos ganadores y otras menciones en el libro Travesuras (Cuentos).





En un río cerca de mi casa vivía un pececito que se llamaba Tincho. Siempre andaba jugando y nadando entre las piedras y plantas acuáticas. Se escondía y asustaba a sus amiguitos apareciendo de repente por detrás de ellos. También se divertía cuando ellos le hacían lo mismo a él, nunca estaba enojado. Cierto día, jugando, se aproximó demasiado a la costa, su madre que no lo perdía de vista lo llamó y le dijo:
-No te acerques tanto a la orilla, hay muchos peligros ahí.
Él, como era muy obediente le hizo caso, sólo que, antes de alejarse, había alcanzado a ver en un árbol algo con varios colores que cantaba por lo que le preguntó a su madre:
-¡Ma! ¿Qué es eso que tiene tantos colores y canta allí afuera?
-No lo sé hijo, ten cuidado y no vayas allá.
La curiosidad lo dominó y asomó su cabecita fuera del agua, justo en el momento que el siete colores pasaba por sobre su cabeza volando. Comenzó a indagar entre sus amigos pero ninguno sabía de qué hablaba. Pensó entonces en preguntarle a Don Ramón, el bagre, que según se decía era muy sabio, se acercó tímidamente y dijo:
-Don Ramón ¿Qué es eso que tiene muchos colores y anda por el aire.
Éste era muy sabio pero nunca había salido del fondo del río por lo que un poco malhumorado contestó:
-No sé de nada que tenga muchos colores, vete de aquí, vete.
En un recodo del río se encontró con unos juncos que crecían allí y que estaban algo más alejados de la orilla. A ellos les preguntó:
-¿Qué es eso que tiene muchos colores y que anda por el aire.
-¡Ah! Ese es Sietecolores, el pajarillo. A veces se para encima nuestro y nos hace cosquillas con sus patitas, además de alegrarnos con su canto.
-Yo quiero volar y cantar como él- dijo Tincho, los juncos contestaron:
-Eso es imposible, tú no podrías respirar fuera del agua.
Sietecolores que justo estaba allí y escuchó, comentó:
-Sólo tienes que batir tus alas y volarás igual que yo.
-Pero -dijo Tincho mirándose -yo no tengo alas.
Justo en ese momento apareció con un último salto, Cuca, la rana.
-¿Vos podes salir fuera del agua? ¿Cómo haces eso? Yo quiero hacerlo también.
-Es muy fácil -contestó Cuca - sólo tienes que impulsarte con las patas traseras.
-Pero, yo no tengo patas - dijo Tincho y se fue muy triste rezongando y repitiendo – no tengo patas, no tengo alas, estoy muy aburrido aquí abajo, esto no es vida quiero salir de aquí y volar o saltar por entre las flores y los árboles.
Cuca, Sietecolores y todos sus amigos le dijeron:
-Vos podes nadar como ninguno de nosotros, cada uno tiene lo suyo, no te quejes y acéptalo.
-Yo quiero volar o saltar, si no soy un fracaso, no sirvo para nada.
Todos le repitieron que no era así, sino que era su naturaleza, pero, él no les creía y ya no jugaba ni nadaba con su habitual alegría. Así, se pasaba las horas escondido tras una gran piedra suspirando.
Pasaron unos días y se desató una gran tormenta, había muchísimo viento que provocaba que las ramas de los árboles se bambolearan peligrosamente. En uno de esos bamboleos uno de los huevitos que estaban en el nido de Sietecolores voló y fue a parar al fondo del río. Desesperado Sietecolores le pidió ayuda a Cuca quien inmediatamente se zambulló pero no pudo llegar hasta el lugar en el que había quedado. Acudieron entonces a Tincho, quien como siempre estaba apoyado en su piedra, le explicaron lo que sucedía y éste salió hecho una flecha hasta el lugar. Con su gran capacidad de nado llegó fácilmente hasta el lugar donde había quedado el huevito y poco a poco, empujándolo con sus aletas lo sacó hasta un sitio en el que Cuca lo pudo atrapar con sus patas y alcanzárselo a sus padres quienes lo recibieron con cantos de alegría.
Todos alabaron la facilidad con la que Tincho había podido ayudar a Sietecolores y le agradecían hablando orgullosamente de la hazaña de éste.
Por fin, Tincho, reconoció que sus amigos tenían razón, que cada uno tiene una determinada condición y que la de él era invaluable, así como la de Sietecolores, alegrando la vista o el oído o la de Cuca con sus grandes saltos. Así, volvió a ser el más alegre de los pececitos y muchas veces se animaba a saltar por afuera del agua.
 Eran esos momentos en los que él se sentía igual a Cuca o incluso también cuando apenas dejaba el agua por unos instantes creía ser Sietecolores. Sin embargo nunca más se sintió fracasado, ni volvió a repetir que no servía para nada.

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