Este cuento había preparado para mandarlo a la convocatoria de Teatro por la identidad, lamentablemente el día que había que presentarlo yo estaba en Córdoba con mi madre operada y se me pasó la fecha. No sé si hubiera sido seleccionado, pero ahora lo pongo a consideración de quién quiera leerlo.
Soy
Pablo, tengo 19 años y un hijo de dos. Mi viejo echaba putas cuando le dije lo
del embarazo de Silvia. Pero yo estaba decidido, claro, él dice que no tenía
que hacer lo mismo que él. De cualquier manera ahora está contento con el nieto
y viene a verlo cada vez que puede. Con los que estoy muy bien, también, es con la familia de ella, desde el primer
momento me aceptaron como a un hijo. Lo único que no me gusta es que hablan
demasiado de política, de los derechos humanos y toda esa bola que en mi casa
no se nombraba porque mis abuelos no querían saber nada de eso. Se ponían
furiosos. Por suerte ahora vivo lejos de ellos, la verdad, nunca me los banqué
demasiado, no sé cómo hacía mi viejo. Bueno, ¡bah! la verdad que siempre se
llevó para la mierda con ellos. Yo me hago el boludo y no voy a verlos, que se
yo, cuestión de piel dicen, no sé. ¿Por qué cuento esto? Hoy me pasó algo muy
raro. Estábamos paseando en el shopping
que está cerca de casa y de pronto el nene salió corriendo y se prendió a las
piernas de un hombre, pensé que era un error, uno de esos comunes en los pibes
tan chicos. Van caminando y de pronto se prenden a las piernas de cualquiera
equivocados y cuando se dan cuenta sueltan enseguida y lloran pero no… lo miró
y no lo soltaba. Yo, divertido, no entendía porque no lo hacía, observaba desde
una distancia prudencial, esperando su reacción. Rodry reía, lo miraba y reía, es mi hijo, no puedo
creerlo, habitualmente no se da con nadie, es algo parco. Después se acercó mi señora para buscarlo, el tipo se dio
vuelta y le sonrió, vi a mi señora palidecer, entonces observe el rostro del
hombre. Era igual a mi viejo, era
exactamente igual, tal vez dos, tres años mayor. Quedé paralizado, obnubilado.
Mi señora tomó al nene, pidió disculpas y se alejó agitada. No pude acercarme y él se perdió entre la gente algo perplejo
por la reacción tanto del pibe como de mi señora. Cuando quise darme cuenta,
todo había pasado. Decidí cortar el paseo, regresar a casa. Silvia me
martillaba con sus comentarios, “le dijo abu” decía, me preguntaba si lo vi, si
me di cuenta del parecido. Me enojé, no hablamos más. Yo no conozco al tipo
ése, jamás lo vi. ¿Qué importa que sea igual a mi viejo? A veces tenemos socías.
Silvia insiste, “hasta la sonrisa era igual” me dijo. No sé qué pretende que
haga, en la cena, con mis suegros comentamos el asunto y ellos con su
latiguillo de los nietos robados. Mi viejo nunca me dijo de ninguna duda ¿Por
qué la voy a tener yo? Sin embargo… ¿Podré ir a Abuelas como biznieto?